Tras los reinados de faraones como Tutmosis III o Amenhotep III, durante los cuales Egipto vivió una época de prosperidad y expansión militar, el país del Nilo conoció un periodo turbulento en su historia a causa de la llamada herejía de Amarna, iniciada por el faraón Akhenatón (conocido en sus primeros años como Amenhotep IV). El llamado faraón hereje intentó imponer el culto de Atón, el disco solar, descuidando no solo al resto de dioses del panteón, sino también la política interior y exterior. Esto tuvo como consecuencia que Egipto perdiera parte de sus territorios en Asia a manos de una nueva potencia, los hititas, a finales de la XVIII dinastía.

Será el faraón Horemheb quien retomará el imperialismo propio del Reino Nuevo, que continuarán sus sucesores para recuperar lo perdido bajo el gobierno de Akhenatón, aparentemente más preocupado en rendir culto a su dios desde la nueva capital, que en defender las fronteras de Egipto frenando el avance hitita.

Aunque Horemheb comenzó la damnatio memoriae contra sus antecesores (Akhenatón, Esmenkhare, Tutankhamón y Ay, a los cuales había servido como general), probablemente tuvo que casarse con una medio hermana de la reina hereje Nefertiti, Mut Neyemet, para legitimar su ascenso al trono, ya que él no era de sangre real. Aunque la pareja real pudo tener hijas, lo cierto es que no tuvieron hijos varones, o no vivieron lo suficiente como para heredar el trono a la muerte de Horemheb. Esto llevó al rey a tomar la decisión de adoptar un sucesor, al que eligió precisamente entre la casta militar a la que él mismo había pertenecido: Pa Ramessu, su ya anciano visir. Entre los títulos de este importante personaje encontramos los de Jefe de los arqueros, intendente de la caballería, jefe del sello, mensajero real en el extranjero, escriba real, líder de los sacerdotes de todos los dioses o comandante del ejército del faraón.

Artículo: María Isabel Cubas Contreras

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