Los comienzos siempre son difíciles, procuramos alimentarnos, reproducirnos, protegernos, en definitiva, sobrevivir.

Deambulamos por infinitos territorios, explotamos todo aquello que es susceptible de ser aprovechable a nuestro alrededor, y por fin, cuando hemos adquirido suficiente experiencia, nos asentamos, nos establecemos finalmente, a través de este proceso que hemos dado por llamar sedentarización.

Hemos dejado de vagar, de errar en una búsqueda sempiterna, para acondicionar nuestros modos de vida a una nueva etapa, una nueva fase, la cual debería de constituir un paso adelante, el empuje decisivo para la edificación de una sociedad en la que no existieran ningún tipo de carencias, de privaciones…en teoría.

Sin embargo, llegados a un punto determinado, parece faltar algo.

La población se ha estratificado, no todos tienen de todo, y aquellos que poseen más, quieren todavía más, aspiran a demostrar su poder, su supremacía, tanto dentro como fuera, y así vuelven sus ojos, dirigen su vista, al exterior, a centros lejanos, fuera de sus dominios, a los “otros” que no son “hombres”, es decir, no son egipcios, anhelando sus frutos, sus joyas.

Pero también el pueblo descubre nuevos productos arribados de tierras extrañas, objetos originales, exuberantes, novedosos que utilizar.

Y así, surgen nuevos movimientos, bien en forma de contactos comerciales,.. o bien con el uso de la fuerza.

Artículo: Hipólito Pecci Tenrero

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