En el Egipto de la antigüedad muchas deidades tomaban la forma de animales de diferentes clases, tanto reptiles o felinos, como aves y peces. Desde algunas de las fuentes clásicas se veían como auténticos y repelentes monstruos, lo cual dificultaba la comprensión de la ritualidad religiosa de esa antigua cultura. Desconcertante o aberrante costumbre (especialmente desde la perspectiva romana), llamaba sobremanera la atención de las mentes de la Roma antigua. Ignoraban el significativo rol que los animales y, en consecuencia la observación de su diversificado medio natural, jugaban en el sofisticado sistema de creencias egipcio.

En la obra La Asamblea de los Dioses, Luciano de Samosata hace dialogar a Zeus y Momo sobre las divinidades animales de los egipcios. Momo se burla de ellos y Zeus admite que es una vergüenza su costumbre, aunque reconoce que los animales implican aspectos simbólicos. En el fondo, no obstante, los animales consagrados a dioses griegos (la paloma a Afrodita, el cuervo a Apolo, la lechuza a Atenea) conforman un recurso semejante, aunque no haya imágenes teriomórficas en los cultos. Asimismo, Filóstrato, en Vida de Apolonio de Tiana, también debate sobre las imágenes, contrastando las griegas, encantadoras y hermosas, con las egipcias, ridículas, innobles e irracionales por incluir en ellas animales.

En términos generales podría asumirse que los extraños comportamientos animales, poco o nada comprensibles, adquirirían una dimensión sobrenatural y, por lo tanto, se aplicarían, de una forma lógica, al mundo de lo divino.

Muchos animales, aunque no fuesen considerados sacros por ellos mismos, se asociaban a formas cultuales (Sobek, Bastet, Haroeris, Horus, Hathor, Apis), siendo muchas veces objeto de sacrificio. Así, muchos animales sacrificados y momificados pudieron ser adquiridos por devotos para presentarlos como ofrendas. Uno de los casos más renombrados es el de los ibis, babuinos o los gatos embalsamados.

Artículo: Julio López Saco.

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