Una de las principales creencias funerarias del Antiguo Egipto, era la preservación del cuerpo de la persona fallecida como requisito necesario para asegurar la continuación de la existencia en el más allá. Como es lógico, el proceso de momificación estaba estrechamente asociado con dicha creencia, no obstante, debe tenerse presente que la momificación incluía no solamente el tratamiento y embalsamamiento del cuerpo como tal, sino también en muchísimos casos, implicaba también la evisceración y en consecuencia, la conservación de algunos órganos especialmente apreciados por los antiguos egipcios.

Es aquí justamente donde entran en escena los recipientes denominados “vasos canopos” (o también canopes, según el Diccionario de la Lengua Española), siendo que estos, como se explicará en el presente artículo, cumplían la función de almacenar y proteger algunos de los órganos del fallecido una vez extraídos del cuerpo, para que este a su vez, pudiera utilizarlos en el más allá.

Ahora bien, los vasos canopos como elementos básicos del equipamiento funerario del Antiguo Egipto, tuvieron un interesante desarrollo a lo largo de la extensa historia de la civilización egipcia, que se refleja no solo en sus formas e inscripciones, sino también en las creencias asociadas directamente con ellos. A continuación, un breve recorrido por esta historia.

Antes de iniciar propiamente con el análisis de los vasos canopos, debe estudiarse aunque sea brevemente la práctica funeraria que les da sentido, esto es, la momificación.

Si bien el origen de la momificación es un tema que escapa de la finalidad del presente artículo, resulta necesario indicar que tradicionalmente se ha creído que la momificación artificial data del periodo dinástico (a partir de la unificación del Alto y Bajo Egipto), siendo esta una consecuencia del deseo de los antiguos egipcios de preservar el cuerpo de sus muertos, de la misma manera que en tiempos predinásticos, los cadáveres eran momificados de manera natural por el desierto; no obstante, excavaciones recientes han encontrado evidencia asociada al periodo de Nagada II (período predinástico), en cuanto a intentos de preservar de manera artificial el cuerpo incluyendo posible evisceración (Ikram, 2003).

Artículo: Marco Antonio Loáiciga Vargas

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