La Gran Esfinge de Guiza, con sus setenta metros de largo y veinte de alto, no es solamente la escultura más colosal que nos ha legado la civilización del Nilo. Posiblemente se trate, junto a las pirámides, el busto de Nefertiti y la máscara funeraria de Tutankamón, de uno de los iconos más representativos del arte egipcio. Por este motivo, la Gran Esfinge ha captado siempre la atención de cientos de investigadores, algunos más serios, otros más heterodoxos. Son muchas las preguntas que en torno a este monumento han surgido a lo largo del último siglo y también muy dispares las respuestas que han aparecido para rellenar los huecos y lagunas, debido a la escasez de testimonios relativos a él, que procedan de fuentes coetáneas a su construcción, con práctica seguridad en tiempos de la IV Dinastía, durante el Imperio Antiguo: ¿Con el rostro de qué faraón se debe identificar la imagen de la Gran Esfinge? ¿Qué soberano la mandó tallar? ¿Fue este monarca o alguno de sus herederos quien culminó con éxito tal empresa? ¿La piedra que da forma a esta gigantesca escultura ha sido objeto de erosión acuática, eólica o ambas? ¿En qué período histórico debe enmarcarse su datación? ¿A qué animal corresponde el cuerpo que representa la Gran Esfinge? ¿Es parte de algún proyecto conjunto donde se engloban otros edificios de su entorno? ¿Cuál es su función dentro de la necrópolis de Guiza? ¿Cuenta con su propia y significativa alineación astronómica? Y, en tal caso, ¿con qué estrellas y constelaciones del antiguo Egipto la quisieron conectar sus artífices y bajo qué pretexto o finalidad? ¿Es posible que al descifrar esta última pregunta se descorra también el velo que, al menos en parte, empaña a todas las demás cuestiones?

La Gran Esfinge de Guiza y su templo adyacente están emplazados junto al Templo del Valle de la pirámide de Kefrén. El nombre de este faraón parece citarse en uno de los pasajes de la Estela del Sueño, mandada colocar entre las patas delanteras de la Gran Esfinge por el faraón Menjeperura Tutmosis IV, cuando éste la liberó de la arena que ocultaba el monumento, a mediados de la XVIII Dinastía. Estos dos hechos circunstanciales se han tomado como probatorios de que fue el propio Kefrén quien encargó la realización de la Gran Esfinge de Guiza.

Constituye la versión oficialista y tradicional, que se enseña en la práctica totalidad de los manuales de egiptología y que goza de mayor prestigio y acogida entre los expertos. Por consiguiente, el semblante de la Gran Esfinge de Guiza sería una representación idealizada de la fisonomía de Kefrén; su cuerpo el de un león y su objetivo, velar por el descanso eterno de este soberano y salvaguardarlo de cualquier peligro o amenaza que se le interpusiese en su viaje hacia la Campiña de las Juncias, esto es, los Campos Elíseos de la mitología egipcia:

“El león, símbolo del poder soberano, guardián de las puertas oriental y occidental del mundo subterráneo, era también el guardián de los lugares de culto; el clero de Heliópolis le dotó de una cabeza humana, la de Atum, y así nació la esfinge, de las que la más antigua y gigantesca es la de Gizeh, ejecutada por orden de Kefrén. Como núcleo de la monumental escultura, se talló un cerro natural de piedra caliza que soporta la cabeza del faraón, convertido así en guardián de la necrópolis real y de la puerta occidental, por la que parten el Sol y los muertos. Ante la entrada del templo funerario de dicho faraón, se esculpieron otras esfinges de menor tamaño” (Rachet; 1995:109).

Artículo: Alfonso Daniel Fernández Pousada

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